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Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen el perdón de la misericordia de Dios por las ofensas cometidas en su contra, y a la misma vez se reconcilian con la Iglesia a quien ha ofendido por sus pecados; ésta a su vez por medio de caridad, ejemplo y las oraciones trabaja para su conversión. 
    

Penitencia - Confesiones

Se le conoce como el sacramento de la Conversión por que hace que sacramentalmente Jesús esté presente para la conversión, es el primer paso para regresar al Padre, de quien uno se ha desviado por pecado. 

Se le conoce como el sacramento de la Penitencia, porque consagra la vida personal del pecador cristiano y los pasos hacia la conversión eclesial, penitencia y satisfacción.

Se le conoce como el sacramento de la Confesión, puesto que revelar o confesar los pecados a un sacerdote es un elemento esencial de este Sacramento.  De manera muy profunda, la confesión es un reconocimiento y halago – de la santidad de Dios y de su misericordia hacia el hombre pecador. 

Se le conoce como el sacramento de Perdón, puesto que por medio de la absolución sacramental Dios brinda perdón y paz al penitente.

Se le conoce como el sacramento de la Reconciliación, puesto que imparte en el pecador la vida de Dios que reconcilia: “Sea reconciliado a Dios.”  El que vive por el amor misericordioso de Dios está listo para responder a la llamada del Señor: “Ve, y primero reconcíliate con tu hermano.”

“Fuiste lavado, santificado y justificado en nombre del Señor Jesús Cristo y en el Espíritu de Dios.”  Uno tiene que agradecer la magnitud del regalo que Dios nos ha dado por medio de los sacramentos de iniciación cristiana.  El apóstol Juan también dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros.”  Nuestro mismo Dios nos enseñó a rezar.  “Perdona nuestras ofensas…” vinculando nuestro perdón con las ofensas de los otros y al perdón de nuestros pecados, el cual Dios nos lo otorgará.

La conversión a Cristo, el nuevo renacer por el Bautismo, el regalo del Espíritu Santo y el Cuerpo y Sangre de Cristo recibidos como el alimento nos han hecho “sagrados y sin mancha”, igual que la Iglesia, la Novia de Cristo es “sagrada y sin mancha.”  Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no ha suprimido la flaqueza y debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la costumbre identifica como concupiscencia, lo que queda en el bautizado de manera que con la ayuda de la gracia de Cristo puede probarse en la batalla de vida cristiana.  Esta es la batalla de conversión dirigida hacia la santidad y vida eterna, vida a la cual el Señor nunca descansa para llamarnos.